TÍTULO
Ser un corto es una humillación. Lo peor. Desde que se proyectó mi copia cero con subtítulos en el estudio de mezclas sufro de ataques de angustia paralizantes y ahogos metafísicos. Mi productor propuso en la mesa del Avid, como medida de urgencia, la terapia con el doctor Buñuel (una eminencia de la psicología cinematográfica, según él). Acepté. Cualquier cosa con tal de ayudar a esos dos pobres que me vieron nacer: mi productor y mi director. Pobres muertos de hambre. No tienen un duro. Llevan barba. Están delgados. ¿Se han dado cuenta de cómo resulta de desesperada su mirada? Desde el comienzo fui consciente de que no podía presentarme a ningún Festival en semejantes condiciones. Temblaba imaginando al público festivalero abandonando la sala de proyección entre gritos de espanto y rompiendo todas las instalaciones a su paso (mi cartel incluido) o, peor aún, alguna muerte por el síndrome de Stendahl invertido. Me atacaban por sorpresa visiones en las que hordas de cinéfilos se mofaban de mis encuadres, mi tono, mi montaje, mis créditos e incluso mi banda sonora. Nadie entiende que después de toda la pesadilla de subvenciones, retrasos, planes de rodaje ilegales, prostitución creativa, rodajes sin permisos, egos encontrados, etalonaje, histeria, créditos, robos y chantajes, justo cuando estoy terminado me entre semejante pavor. Los cortos con los que he compartido estudio de sonorización me llaman consentido y amargado y sé que me ponen verde cada vez que salgo de la sala. Me dicen entre mohínes ridiculizantes que podría ser mucho más corto y que además me protagoniza María Valverde y que a mí, al menos, me han hinchado a 35mm y que no sigo en digital. Pero yo sufro y pienso que si me hubiese dirigido Polanski o Almodóvar (y no Germán Cardo) o si durase cuatro o siete minutitos más, quizá no tendría tanto miedo. Da lo mismo, porque yo sigo sintiendo un vacío tremendo entre mis fotogramas parecido a los instantes de “Arrebato” de Zulueta. Así que voy a terapia, sin orgullo, pero voy. El doctor Buñuel me aconseja que deje de utilizar referencias a largometrajes porque yo no soy un largo y me mira intrigado cuando le confío mis sueños: ser “París, Texas” o “El Verdugo”. Señala que esos largometrajes tienen en común que están orgullosos de sí mismos y de su duración y que nacieron por pura pasión cinematográfica, no por búsqueda de reconocimiento que es algo que, según él, me obsesiona. El Doctor me asegura que las claves de mi recuperación, además de pasar por el trago de estrenarme (me fundo a negro sólo de pensarlo) y eliminar mi complejo de inferioridad, residen en la aceptación, la inconsciencia, el morro y el surrealismo. Y en una mente optimista. Fíjate que creo que estoy llegando al límite de su paciencia. Empiezo a notar que él también me da por imposible. Me lo dicen sus suspiros. Ahora me obliga a escribir este diario porque escribir, dice, libera el subconsciente y ahuyenta los fantasmas. Manifiesta que con mi manera de pensar y ese careto que pongo voy a terminar contagiando al equipo y ni María Valverde querrá defenderme en el estreno porque estará tan deprimida que no podrá levantarse de la cama ni ponerse un modelazo para el photocall. Así que aquí estoy, contándome a mí mismo cómo me siento en la despensa (que hace las veces de productora) de mi director a la luz de una bombilla. Según el doctor, esto me ayudará a centrarme en lo que soy y no en lo que me gustaría ser y a organizar mi tremendismo. Lo que a su vez eliminará paulatinamente mi desesperación de cortometraje. En la última sesión propuso cambiar mi nombre antes de inscribirme en el primer certamen: a grandes males, grandes remedios. El productor y el director accedieron con tal de que me ayudase a encontrar la ilusión y confianza necesaria para estrenarme. Están dispuestos a hacer lo que sea. El doctor les explicó que a menudo las ideas preconcebidas, como mi título o los nombres de las personas, eran otra manera de condenarse a uno mismo. Así que vamos a cambiarme el título para ver si eso me da un empujoncito de autoestima. De todos modos, según el doctor Buñuel, nadie en sus santos cabales iba a tener el más mínimo interés en seleccionarme para una sección oficial con un título como “Puta mierda”.
© Javier Giner 2011