No veo más que recortes y desilusión a mi alrededor. La economía, desgraciadamente, se ha hecho con nuestras vidas. Lo cierto es que siempre fue parte indivisible pero ahora, como en los buenos thrillers políticos, el secreto ha salido a la luz y lo peor es que ni siquiera sabemos si estamos ya en el tercer acto: hasta lo demográfico (hablo de nacimientos) es una cuestión económica en el mundo en que vivimos. Y no hace falta ser un Nobel ni tener un blog en Ocho y Medio para darse cuenta.
El ICAA anuncia la desaparición de seis líneas de subvenciones en su lista de ayudas a la cinematografía del 2012. Y yo leo por todos lados: la hecatombe, la desaparición de un modelo, el fin del cine español. Curiosamente, y simultáneamente, yo estreno un cortometraje que rodé hace 11 años en cine (sin ayudas) que me había acojonado estrenar antes. Así he vivido yo la publicación del ICAA: como un extraño convenio entre la desaparición del cine español y mi nacimiento público como cineasta. Manda huevos. No puedo imaginar un lugar más triste en el que nacer, de todo corazón.
Mi madre, que corría delante de los grises en su juventud barakaldesa y que, como buena madre vasca es peleona y tiene muchas historietas, me contaba de pequeño (cuando comencé a mostrar interés en el cine) historias decómo ella y su cuadrilla se montaban en autobuses y se iban a Biarritz cuando Franco prohibió “El último tango en París”. Se cogían una tartera con bocatas y se iban tan pichis a ver aquellas películas que eran imposibles de ver en su país. Hace unos meses leí que parece ser que algunos avispados se forraron organizando viajes de día (con comida y alojamiento incluido) desde Madrid para ver “Viridiana” en el país vecino cuando Franco la prohibió también. Desde luego, ahí, en esos viajes, hay grandísimas comedias costumbristas deseando ser descubiertas. A mí, que tuve la suerte de nacer en democracia, Franco me parece que no hacía nada más que prohibir y, como todo el mundo sabe (excepto Franco, al parecer), prohibir es despertar el deseo. John Cassavettes rodó toda su filmografía con lo que sería un ínfimo tanto por ciento del presupuesto de cualquier película americana blockbuster de la época (digamos, principios de los 80). Pedro Almodóvar rodó “Pepi, Luci y Bom” en cooperativa. David Lynch se ha pasado al digital y dice que ni loco vuelve a tocar un fotograma. Y lo cierto es que no necesitamos el presupuesto de “Transformers” para convertirnos en cineastas. De hecho, NO NECESITAMOS DE MUCHO PARA CONVERTIRNOS EN CINEASTAS. A mi alrededor nacen alternativas como Filmin, cortometrajes por un tubo fundados en cooperativa o por crowfunding o rodados con la cámara del móvil. ¿Qué más da? ¿Lo importante, lo MÁS IMPORTANTE no es seguir adelante, HACER CINE? ¿O es que de verdad pretendemos ganar en su terreno (léase produciendo subproductos de género de calidad dudosa con un coste de promoción famélico en comparación) a otras cinematografías? ¿Por qué se habla continuamente de las cifras de una película española en comparación con las de una americana, o una francesa, cuando todos sabemos que el que una película americana hoy en día sea la reina de la taquilla puede significar que esa película no esté cubriendo ni el 50% de sus costes (dados los heréticos presupuestos que se manejan hoy en día en términos de producción y publicidad)? ¿Por qué de pronto masacrar a una película española bajo el baremo de una taquilla de fin de semana de estreno (atención exhibidores Tío Gilito), que, salvo en contadas y orgullosas excepciones, pertenece a los que más gastan en todos los sentidos pre-estreno? ¿Por qué el día en el que, inconscientemente, propuse en una reunión semi-informal las entradas de cine a 4€ o el estreno en una plataforma de Internet por poco me hacen callar metiéndome los calzoncillos en la boca?
¿Qué nos atrae tanto de instalarnos en la queja? ¿A qué tenemos tanto miedo?
Nos han recortado, en más de un sentido. Nos han mentido. Nos han humillado. ES UN PUTADÓN EN MAYÚSCULAS. Pero no nos han arrancado los ojos (seguimos viendo), ni machacado las manos (podemos teclear), ni nos han ahogado la voz (yo hablo, tú hablas, él/ella habla). Si miras hacia abajo, verás tus gemelos en plena forma: puedes seguir caminando aunque la prima de riesgo esté que lo peta. Vivimos épocas de incertidumbre, ese viejo enemigo que tanto terror nos causa, pero NUESTRA IMAGINACIÓN ESTÁ INTACTA. Y ese es el secreto que nosotros conocemos y que el matrimonio Angela Merkel-Mariano Rajoy parece incapaz de dilucidar: ahí no llegan los mercados. Porque los mercados no entienden de aquello que nos hace mejores personas, como la cultura. Porque los mercados son dígitos numéricos y avaricia y eso está en oposición a la tolerancia y empatía que nacen del acto cultural. Porque nunca podrán comprenderlo. Por eso a veces cuando veo a Merkel en televisión me pregunto si se parecerá físicamente a Franco. Porque parecen un señor y una señora que no se enteran de que por mucho que pisoteen, siempre habrá maneras de escapar a su aplastamiento. Siempre hay grietas. En el caso de mi madre, las ganas de ver una película que le habían prohibido. En el mío, la imaginación de verme haciendo una. Y eso, las ganas, la ilusión, la imaginación, nos pertenece exclusivamente a nosotros. Y lo demás son excusas.
Hay recortes. Hay paro. Hay incomodidad. Hay crispación. Hay un futuro desconocido alejado de la seguridad de anteriores modelos. Hay intereses creados. Economías destruidas. Las hay. Es una realidad. Negarla sería de estúpidos, arrogantes y suicidas.
Pero a veces, cuando despierto, recuerdo a mi madre contándome la aventura que suponía irse a Francia a ver películas prohibidas, sus ojos brillando de rebeldía infantil, sus manos espídicas moviéndose en gestos que emulaban historias épicas que yo, un mocoso, leía en aquella época: cuentos de dragones y héroes.
Te lo pondré de otra manera: cuando no hay una secadora a mano, se usan las pinzas. Y si éstas se han esfumado (o te las ha robado la vecina), se utiliza cualquier cosa para desplegar la ropa encima (vale desde una silla hasta tu pareja y/o amigos, mientras estos se estén quietecitos). Porque lo inmediato, lo vital, es que la ropa se seque. Ya habrá tiempo de preocuparse por las arrugas que quedan. Y si existen, pues ya sabes, la plancha. Y si no, la enciclopedia Larousse sobre la camiseta, que nunca falla. En momentos así, en los que tu adorada secadora desaparece, es NECESARIO dejar las quejas y los reproches para otro momento, cuando ya hayas averiguado cómo secar. Nada más y nada menos. Es CAPITAL (juas) que imagines, crees y encuentres caminos para poder utilizarlos.
Dejemos de hacer películas para GANAR dinero. Hagamos películas, punto. Si nos forramos, de puta madre. Si no es así (la mayoría de las veces) pensemos en cómo hacer la siguiente. Dejemos de instalarnos en la comodidad conocida. Arriesguemos. Dejemos de intentar reventar taquillas de fin de semana intentando emular éxitos que no son nuestros. Dejemos de ridículamente plasmar estructuras ajenas de economías que no son ésta. No nos convirtamos en otro. No dejemos de ser nosotros. Encontremos NUESTRO camino sin modelos ni dioses. Dialoguemos. Arriesguemos. Unámonos. Ayudémonos. Seámonos fieles. Inventemos caminos.
Después de todo, siempre creí que el cine es una carrera de fondo, una lucha continua contra obstáculos de todo tipo y forma. ¿No es eso, el imposible, lo que nos motiva a muchos desde productores a directores y actores? ¿El reto? ¿El más difícil todavía?
Cuando me entero de los recortes, aparece mi madre. En esas mañanas, recordando, sonrío y pienso que sólo hace falta tener ganas de tocar los cojones y no darse a uno por perdido. Habrá gente que me acuse de utópico, de no tener ni idea de lo que hablo y de intentar sembrar el buenrollismo. Habrá quien quiera verme comerme mi ropa interior . Quizás no les falte razón. Yo les diría que debe ser la ingenuidad inconsciente y arrogante y las ganas de, independientemente de la situación política (es un hecho que nos las dan por todos lados), no quedarme nunca instalado en una queja infructuosa. Porque sé que, por mucho que me quieran hacer creer lo contrario, por muchos gritos-tweets-estados-artículos-blogs y rss de protesta que se malgasten recriminándonos, culpabilizándonos y enfrentándonos (haciendo exactamente eso que hacen que se me caiga la cara de lavergüenza cada vez que veo el hemiciclo lleno de políticos de derechas, centro e izquierda hacer política), siempre habrá la posibilidad (por ridícula y coñazo que ésta sea para muchos) de inventar nuevas maneras y nuevas formas, si las ganas y las ilusiones son lo suficientemente poderosas.
Así que no. Aunque se hundiese el ICAA entero me niego a pensar que será el final del cine español. Porque siempre existirá la posibilidad de coger un autobús a Biarritz, aunque éste no pase por la puerta de tu casa y tengas que andar un buen trecho para encontrarlo. Si mi madre lo hacía en los setenta. ¿Por qué no voy a poder hacerlo yo también?