Sangre y Tripas: El amor me queda grande

El Amor Me Queda Grande (Javier Giner – 2014)

La infancia es un estado mental. A veces nos lleva por caminos que no queremos transitar, sobre todo por los demás, que nos acaban llamando fantasiosos o tontos o inmaduros. El cine, en sí mismo, es un acto de puro infantilismo: imaginar historias que solo tienen lugar en la cabeza de algún chiflado y, con la ayuda de otro puñado de chiflados, darle vida, darle imagen, hacerla realidad aunque sea solo en la pantalla de una sala de cine. En este caso, el chiflado es Javier Giner, director afincado en Barcelona. A Javier Giner le encanta el cine y, a tenor de lo visto en El Amor Me Queda Grande, adora el cine negro clásico. Barbara Stanwyck, Lana Turner, las mujeres fatales, los hombres pusilánimes, las tramas retorcidas donde pocas veces se sale ganando y muchas perdiendo. En El Amor Me Queda Grande, Giner nos cuenta una trama arquetípica de cine negro… pero interpretada por niños. Tenemos a la mujer fatal, Lucía -Lucía Caraballo- y a su galán manipulable, Samuel –Izán Corchero. En este caso, Lucía le pide a Samuel que liquide a su madre, una obesa acomplejada que quiere moldear a Lucía su antojo. Ni más ni menos. Repito, una trama de cine negro con niños y sin escrúpulos ni chistes blancos. Salto sin red en un país tan dado a ir con cuidado con qué temas y que poco dada es a valentías y arrojos de tal calibre.
Lo grande de El Amor Me Queda Grande -valga la redundancia- es el perfecto equilibrio que consigue Javier Giner en una apuesta tan arriesgada. La trama es oscura, pero se nutre del ritmo y la química que destila la pareja de niños protagonista para iluminarla. No es blanda pero tampoco ofensiva. Siempre transita por el lado más preciso de la ternura y lo malvado, arropados ambos niños por unos cuantos secundarios que casi les roban el protagonismo -sobre todo Ricardito, interpretado por Íñigo Navares-. Y, además de todo esto, carece de muchos de los defectos que podemos encontrar en cualquiera de las óperas prima que pululan por nuestro país, a saber: querencia por imponer un sello de autor cuando ni siquiera se tiene personalidad, una nula capacidad de dirección de actores o un querer abarcar más de la cuenta sin tener experiencia suficiente. El Amor Me Queda Grande es pequeña de duración pero ancha en sentimiento y es tremendamente sencilla y honesta: nos dice que podemos seguir jugando mientras tengamos imaginación y, además, construye un universo -apelando a Wes Anderson pero sin caer en el mimetismo- en el que la fantasía demuestra que puede ser tan real como la realidad propia. Los protagonistas son niños, pero solo porque los que vemos en la pantalla son niños. Porque también el protagonista de la historia es Javier Giner y sus ganas por seguir imaginando; los protagonistas somos los amantes del cine que seguimos queriendo imaginar historias y que de pequeño jugábamos a las películas; y el protagonista es, al fin y al cabo, el que persigue su sueño, aunque el amor, o las películas, nos maten por el camino.

SANGRE Y TRIPAS