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ESTE SOY YO, A RATOS.
Soy cineasta y escritor, aunque me gusta autodenominarme cuentista. Porque reniego de la realidad y vivo la mitad del tiempo en las nubes (un lujo, pero también una condena). Nací en Barakaldo (dato importante pues espero que esto lo lea mi madre, que también es barakaldesa) el año en el que se publicó “Bajo el signo de marte” de Fritz Zorn y se estrenó “La guerra de las galaxias”. Aunque el número no tenga realmente importancia. Intento ser como las ideas: eternas. Tengo careto de niño, así que por ahora me puedo dar el gusto. Estudié en Bilbao, Madrid y Nueva Orleans. Y después, mochila a la espalda, me trasladé a Los Angeles donde trabajé en los estudios MGM. Estudié escritura y dirección en la Escuela de Cine de Los Angeles y adelgacé un montón (fui niño obeso, así que te puedes imaginar lo contento que me puse). Durante ese tiempo escribí y dirigí dos cortometrajes con un denominador común (según aquellos que los vieron): el gusto por las historias salvajes y tiernas (esta dicotomía me acompaña desde entonces: aquello que yo encuentro tremendamente tierno, incluso dulce, a otros les parecen verdaderas atrocidades). Los titulé SAVE ME y NIGHT FLOWERS y los puedes ver pinchando aquí sobre su título. Sólo si te apetece. Los dos han ganado el corto del mes en Filmin. Al regresar a Madrid me integré en el equipo de El Deseo, la productora de Pedro Almodóvar, donde estuve cuatro años trabajando como responsable de relaciones internacionales y ayudante personal de Pedro. Un sueño. Debuté en las letras con la novela “El dedo en el corazón” (Atico Ediciones, 2006) y me sentí escritor por primera vez (algo que da subidón y terror al mismo tiempo). Después publiqué el relato “Dos palabras” en el libro “El último baile” (Odisea Editorial, 2007). También uno que confieso que me gusta releer que titulé “El vacío que dejaste” en la Revista EÑE (La Fábrica, 2008). Fui guionista en Canal + y formé parte de la primera hornada de artistas que publicaron en la revista LUBE, una gesta cultural comandada por David Guillén que me enorgulleció durante todo ese año y el siguiente. En el 2014 me lancé la manta a la cabeza y creé una pequeña productora familiar: ACTUS PRODUCCIONES. Con ella autoproduje el cortometraje que más dolores de cabeza y posteriores alegrías me ha traido: EL AMOR ME QUEDA GRANDE. Un corto de humor negro de nuevo con esa dicotomía que antes mencionaba: lo salvaje y lo tierno. Con él me paseé por media España y ahora lo puedes ver en varias plataformas legales e incluso en HBO USA (guiño, guiño). “Alaska y Coronas”, el programa más puntero de nuestra televisión, me pidió que hiciese una pieza corta y se me ocurrió esta: PUERTA A PUERTA. Nos lo pasamos pipa sacándola adelante, las cosas como son. En los últimos años he ganado 3 premios que me han hecho una ilusión especial: el Premio del Público en el Festival de ABYCINE (uno de los festivales más estimulantes y molones de España), el premio Javier Aguirresarobe en Eibar (mi tierra, el País Vasco) y el Premio a Nuevos Realizadores FICA. Mi última aventura en formato de corto docuficción, JULIA DE CASTRO, DE LA PURISSIMA: ANATOMÍA DE UNA CRIMINAL, se sigue pasando en Movistar + y anda por Festivales de todo el mundo, llevando el cuplé y la poca vergüenza a tierras que nunca se nos hubiese ocurrido llegar. Por nosotros bien.
Recientemente he escrito y dirigido ICONO, un cortometraje para Vogue España con Natalia de Molina y Celia de Molina que se ha convertido en una pieza viral, ante el asombro de todos nosotros: una sátira sobre las influencers y el mundo de la moda en España. También ando metido en EL ANTIVLOG, una idea revolucionaria de Celia de Molina que dirijo junto a Ignacio Mateos y que se puede ver en la plataforma FLOOXER.
Hacemos las cosas para gustar. Quién te diga lo contrario, miente.
Algunos datos sobre mí que es importante que sepas antes de seguir leyendo: soy gordo en invierno, delgado en verano, muy amigo de mis amigos y durante una época me dio por pintarme las uñas de negro (las de las manos) y no por estética (que me gusta), sino porque fue la única manera que encontré de dejar de mordérmelas. Muchas cosas que terminan convirtiéndose en señas de identidad importantes en mi vida ocurren así, sin realmente pretenderlo. Pero disfruté de esa confusión (que los demás pensasen que me había dado por hacerme gótico a los 30). La confusión es sana. Como la incertidumbre. Soy una esponja. Y me gusta que sea así. Hay días que me emociono con una cosa, otros con otra. Hace unas horas me he emocionado muchísimo leyendo “El padre” de Edward St. Aubyn y hace unos años con “De vidas ajenas” de Emmanuel Carrère. Escribo mucho mejor por las mañanas, temprano, con cigarrillos y a ser posible junto a una ventana abierta y siempre con música (que normalmente se entremezcla en mi ficción). La música que escucho mientras escribo es importantísima, por eso me gusta que no sea música con letras que ya conozca porque dejo de escribir y directamente me pongo a cantar. Así que no suelo utilizar ni musicales ni Marylin Manson. También suelo escribir rodeado de libros, que se apilan por todos lados y que marco continuamente subrayando ideas o frases que me llegan. Me angustia pensar que no se me va a pegar nada de la gente a la que admiro, así que los tengo siempre bien a mano. Cambio continúamente palabras, comas y soy experto en borrar de un tirón párrafos enteros. En materia creativa, no me tengo ningún respeto. Creo que tomarse en serio es el primer error posible de una lista interminable. Tengo la manía de imprimir versiones nuevas cada vez que realizo cambios y repasar y volver a cambiar sobre papel, con bolígrafo rojo o negro, nunca azul. Continuamente pienso en que me encantaría escribir en la soledad de la noche, como mandan los cánones, y tener insomnio o algo así en plan glamour, pero no. Muchas veces me siento tremendamente inseguro (acojonado vivo se acerca más a la realidad), sobre todo al comienzo de una historia. Paso días enteros, a veces son semanas, con la historia en la cabeza sin decidirme a escribirla. Y se convierte en una especie de relación fantasmal que va creciendo dentro de mí. Amontono notas en todo tipo de soportes como un neurótico esquizoide. Dormimos, vamos en metro, cenamos, imaginamos, salimos de marcha, paseamos, cagamos… siempre los dos: la historia y yo. Hasta que un día decide salir. Y yo en ese momento es cuando más miedo paso y me retiro a una esquina para que ella salga con ganas, cuantas más mejor. Creo en la “cocción de la ficción”, la ficción-vómito como la escritura de asociación libre me interesa cero. El videoarte tampoco es santo de mi devoción, la verdad, aunque esto no lo digo nunca en alto para que no me tachen de reaccionario. Me lastimo muchísimo a mi mismo pensando que no tengo nada que decir, y que no sé cómo hacerlo. Supongo que son ganas de joderme. Luego, poco a poco, el miedo, en el momento en que me dejo de concentrar en él y coloco mi concentración en lo importante, la historia, deja paso a la verdadera creación: y ésta es siempre una aventura que me mantiene en un estado muy cercano a lo que creo que tiene que ser la felicidad. En mis historias me gusta jugar con las percepciones ya establecidas. Convierto a los psicópatas en príncipes y a éstos en mendigos. Mis protagonistas suelen ser los antihéroes, porque “Top Gun” me hizo gracia a los doce pero ahora me parece un soberano coñazo. Me apasiona encontrar el lado humano de todas las historias, porque todas lo tienen y concibo “la soledad”, por ahora, como la madre de todos los temas y la mayor de nuestras enfermedades. El amor, la familia, el robo, el asesinato, los marcianos, el western, la comedia ácida e incluso el noir, me parecen temas, estructuras y géneros secundarios que nacen como espigas del de la soledad. Después de todo, siempre he creído que Phillip Marlowe o John Wayne eran unas personas que se pasaban la vida intentando convencerse (y de paso convencernos a los demás, lectores o público) a punta de pistola, en plan tiazo, de que ellos sí que sabían cómo estar solos. Quizá en eso residiese nuestra (o mía, perdón) admiración por ellos. Y siempre he creído que Alien no era más que un bichillo solitario que lo único que quería era preñar a Sigourney Weaver para tener novia, mutante por supuesto, y escapar así de la soledad, que en el espacio se lleva todavía peor. El nivel de necesidad cero de otros seres humanos ha sido una característica común en los héroes de nuestro siglo: por eso, quizá, me gusta que los míos sean todo lo contrario, hombres y mujeres con una necesidad de aceptación, de ser amados, de encontrar compañía y comprensión que va más allá de todas las reglas, entrando algunos en los terrenos de la psicopatía. El héroe común, de la calle, el necesitado, al que le caga la paloma y tiene que vivir con ello… pero no a lo Fernando León. Mis héroes tienen otro rollo. Cuidadito con las comparaciones. Mi momento favorito del día es cuando me tumbo en la cama, de noche, y leo en silencio (solo o acompañado, eso me da igual). Siempre, en cualquier lugar, situación o momento leo antes de dormir. Es un hábito que conservo desde que era un mocoso. Y si me lo chafan, suelo morder. He hecho verdaderas locuras por amor y no me arrepiento de ninguna. De las que me arrepiento (realmente no, pero es la única manera de que fluya el texto) es de las locuras que he hecho por ninguna razón en concreto que, con la perspectiva de los años y el tiempo, me han traído experiencias y supongo que un camino que se parece a esa palabra que tanto detesto: madurez. He sido (aún continúo activo en este departamento) un experto cum laude en meter la pata en multitud de ocasiones y situaciones. Si tuviese que elegir tres secuencias que me han emocionado cada una de las mil quinientas veces que las he visto escogería la conversación final entre Harry Dean Stanton y Nastassja Kinski en París, Texas, Michael Caine corriendo por el Soho de NY y regalándole un libro de EE Cummings a Barbara Hershey en Hannah y sus hermanas y Carmen Maura desgranando “La voz humana” de Cocteau a ritmo del “Ne me quittes pas” en La ley del deseo. Ha habido y habrá muchas otras. Tiene que haberlas. Si no, mi vida no tendría sentido alguno.
Detesto la depilación, la mentira, el distanciamiento emocional, la arrogancia, los michelines (los míos, principalmente), la intolerancia, la hipocresía, los posados de Elsa Pataky y Ana Obregón en un photocall, las anchoas, las aceitunas y el foie.
Aquí va, en metralleta. Algunas cosas que me gustan.
Jeanette Winterson, Sam Sheppard, Raymond Carver, Jarvis Cocker, Olvido Gara, JD Salinger, Virginie Despentes, David Bowie, Roberto Bolaño, Woody Allen, Pedro Almodóvar, Martirio y Paquita la del Barrio. Augusten Burroughs, Martin Amis, Laura Fernández, Santiago Roncagliolo, Nick Flynn, Charles Baxter, Patrick Modiano, John Cheever, Vila-Matas, Carmen Laforet, Bernard Schlink, Jeffrey Eugenides, Michael Cunningham, Joe Orton, Sarah Kane, Edward St. Aubyn, Murakami, John Wray, Jim Thompson, Cole Porter, Cormac McCarthy, Antonio Orejudo, Michel Gondry, James Ellroy, María Velasco, Alice Munro, Belén Gopegui, Yann Martel, Richard Price, Fernando Vallejo, Philip Roth, Antonio Muñoz Molina, Truman Capote, Pablo Messiez, Michael Chabon y Juan José Millás. Barcelona. Cortarme las uñas de los pies. Los Ángeles. San Francisco. Yorgos Lanthimos. Formentera. Repasar antiguas fotos en mudanzas. El sentimentalismo y la electrónica oscura. Los talleres mecánicos que abren 24 horas. El folk de guitarra. El humor incómodo. Las tortitas con sirope. Todo lo noir. Las pin ups. La poesía de Leopoldo María Panero. Lucien Freud. Dave Eggers. Christina F. Las ciudades y los bosques. Las playas escondidas. Miranda July, Tracey Emin, Chema García Ibarra, A.M. Homes, Nan Goldin, Paul Thomas Anderson, The National, las cantautoras bollo, Elvira Lindo, las Nancys Rubias, Eels, Ana D, Vicente Minelli, Luis Buñuel, Luchino Visconti, Johnny Cash, Sondre Lerche, Jon Brion, Fiona Apple, Melville, Julio Medem, Chet Baker, Federico Fellini (por supuesto), Robert Altman, Lars Von Trier, David Lynch, Hal Ashby, Sidney Lumet, John Cassavettes y Canino. También me apasionan Un profeta de Audiard, Eternal Sunshine of the Spotless Mind de Gondry y Magical Girl de Carlos Vermut. Francis Bacon. Carlos Díez. Ella Fitzgerald. Astrud. María Escoté. Sophie Calle. Las actrices que se arrepienten públicamente de haberse pasado con el bótox. El cine, SIEMPRE, de cualquier tipo y en cualquier lugar. El color rojo. Las exposiciones que no entiendo. El exceso de maquillaje sobre cualquier superficie. Las ingles. La danza contemporánea. Los atardeceres. El pelo púbico. La mahonesa. Los niños que hablan y observan con curiosidad y condescendencia (ellos sí que saben). Las oreos de chocolate blanco. Tolerar el malestar. El té rojo de cereza. Amaya Arzuaga. Todo lo incomprensible. Las preguntas sin respuesta. Los perros y los caballos. Javier Cámara y Jorge Calvo. Bernard Wilhem y Tom Ford. Edward Hopper y Carlos Berlanga. Victoria Abril y Rubén Ochandiano. Lola Dueñas y Carmen Machi. Los albornoces. La tortilla de patata. Los sofás con mantas calentitas. La coca cola light. Decir “¡¿Cómo?!”. Mario Vaquerizo. Los fanzines. Los hombres. Los hombres que no se depilan. Los cerebros rotos. Las luces de Navidad. Intentar mantener viva mi planta de aloe vera. Decir “te quiero” temblando de miedo. Mi terapeuta. El ukelele y el violín. Los camellos filósofos. Fracasar mejor. La micropoesía de Ajo. Pucci y Miu Miu. Las emociones a flor de piel. Las cosas que no pueden explicarse, como los momentos intensísimos en los que una emoción líquida te invade la garganta y el pecho nublándote la mirada. La lluvia. El calor. Agradecer. Las terrazas con gente que sonríe o que llora en silencio mirándose a los ojos o apartando la mirada. Fumar dos cigarrillos seguidos. Las camisetas de tirantes. La gente que no sabe hablar y sólo se comunica cantando. Las vecinas que hablan de balcón a balcón. No adelantar acontecimientos. El movimiento 15-M. Los petazetas. Escaparme de fin de semana con amigos. El sexo con deseo. El sexo con amor. El sexo en todas sus vertientes. El amor en todas sus vertientes. La falta de prejuicios. Los graffitis. La defensa de la diferencia. El jazmín. Todo lo que sea de plástico y parezca barato (si es dorado me gusta muchísimo más). Los colores primarios, vibrantes. Lo excesivo (en las películas y también en las tetas). Las velas. Los adultos que saben que aún son niños (ellos sí que saben, también). Las duchas de agua caliente. Escuchar a Layla y a Cristina y a Gonzalo (a los dos) y a Rafa y a Ainhoa y a Deborah y a Miguel (a los tres) y a Cenzo y a Eva y a Dani. El travestismo y la confusión de géneros. Sufjan Stevens, Scott Mathew, Yago Partal, Leonard Cohen, Tom Waits, Lou Reed y Placebo. Sudar. Dar toques en Facebook a gente que no conozco. Las fotos de Jesús Ugalde, Markus Rico, Cesar Segarra, Robert Doisneau, Nico, Francesca Woodman y Diane Arbus. Decir cosas incoherentes para el mundo que tienen mucho sentido para mí. Las enfermedades mentales. Los locos y los incomprendidos. Los textos de Paco Tomás. Subrayar los libros (los pasajes que me gustan) y escribir en las páginas blancas de delante y de detrás. Amontonar notas en todo tipo de cajones. Los reportajes y entrevistas de cine de Gregorio Belinchón. Las mujeres que se ponen calzoncillos para estar por casa. Intentar hablar idiomas que no sé (el de los sordos incluido). Hablar toda la noche (a oscuras o con luz). Ficcionar mi realidad. La gente mayor (si tienen muchas arrugas, mucho más). Los personajes de José Martret, Chéjov, Daniel Sánchez Arévalo y Noah Baumbach. Los peluches con agujeros. La ropa con agujeros. Los agujeros. Aquella chica de La Mode, Pesadilla en el parque de atracciones de Los Planetas y El faro de Joe Crepúsculo. Las millonarias mejicanas. Las millonarias cocainómanas que no hacen nada con su vida, sean de donde sean. Quedarme sentado. La Terremoto. Dejar de poner excusas. Comunicarme con los ojos. Las mujeres que salen a la calle en combinación, botas camperas y el pelo suelto. Un café al sol. Mi diario. Fregar. No llevar ropa interior en verano. Cerrar los ojos y sentir la brisa en la cara. Sonreír a un extraño. Tirarme un pedo, y dos y tres. Las lágrimas sin dueño. Las modelos inteligentes y los políticos honrados. Doler por otros. Los silencios compartidos. Los humildes. Aceptar un consejo. Escuchar con atención. Sonreír de nuevo. La gente que responde con preguntas. Los que son valientes y los que se cagan de miedo pero siguen adelante, más valientes que los primeros. Un abrazo por sorpresa (también puede ser un beso). Los ideales imposibles. Las causas perdidas. Una mano que te tapa la boca con cariño. Aceptar en quién me he convertido. Apoyarse. Tratarme con cariño. Respirar. Pasear en moto por la ciudad vacía de noche sin dirección concreta. Un email (a veces). Compartirlo todo (hasta lo prohibido). Mostrar las heridas. Dejar ir. Cooperar. Besar los párpados. Las sonrisas furtivas y las carcajadas insolentes. Responsabilizarme. Dejar de pretender. Derruir personajes (en la realidad, porque en la ficción me gusta justamente lo contrario: construirlos). Seguir hablando. Los dedos en la boca. Los caretos en las fotos. Eyacular dentro de la persona que amo. Apretar la mano con fuerza metiendo todos los dedos dentro del lazo. Que se apoyen en mí. Una canción recuperada. Aprender lo que significa respeto (por los demás y por mí mismo). Una llamada de teléfono. Sentirme querido. Querer.