MARIO VAQUERIZO: una pregunta, un género en sí mismo.

Si Esperanza Aguirre, Pinochet, Mahmud Ahmadineyad y el gobierno de Marruecos (cuando escribo esto aún continúa el tremebundo juego de pelota con la vida de Aminetu Haidar) son puntos y aparte, Mario Vaquerizo es un signo de interrogación enorme, atrevido, descarado, empapado en brillo-gloss, pelucón y alisado japonés. Un símbolo de pregunta petao de maquillaje y attitude, adicto al ebay, tope travesti, callejero y bien apretao (de hecho, casi sin cadera), publicitario y escénico, televisivo y transparente. Un signo de pregunta probablemente de Dior o Balmain (si estas firmas hiciesen signos de puntuación y no sólo moda).

Ahora que Margiela ha colgado los hábitos, Eugenia de la Torriente debería utilizar su maestría periodística para esparcir el bulo de que era Vaquerizo la cara que se escondía tras el diseñador. No me imagino a Margiela con mejor cara que la de Mario.

Mario es un hada morena desinflada de Russ Meyer, un ser quasi-imaginario, un holograma que nace en la noche y hace que confundas sueño y realidad. Las horas junto a él tienen otra medida, extraterrestre posiblemente. A menudo al verle, olerle y escucharle me he preguntado si realmente no era producto de mi imaginación, y he tenido que tocarle los brazos (delgadísimos, como él) para asegurarme de que no pertenecía a ningún tipo de alucinación auditiva ni visual producto de las drogas, el vodka o la jarana madrileña más underground. Para llegar siempre a la conclusión de que sí, de que Marito existe, de que es un ser de carne (poca) y hueso (mucho, sobre todo ese pómulo que crea escuela). Y de que si no lo hiciera, alguien debería tener el coño de inventarlo, porque una realidad española sin Vaquerizo de por medio es demasiado gris. Así de necesario le considero, sobre todo en un país como el nuestro, regado por la necedad, la culpa, los miedos y el retraso más conservador.

Marito es un pasote de la mejor clase. Es un travesti renacentista. Si a Miguel Angel le hubiese gustado el tacón sería algo como Vaquerizo. Porque éste menos dibujar, coser y tocar instrumentos, hace de todo. Marito es esa presencia alienígena que tan pronto te posa con morrito de zorra lasciva y pómulo desafiante, como te organiza una rueda de prensa, un festival musical, te managerea a varios grupos, te lleva de farra con los Horrors, Marlango y Merche, te pone un vídeo de la Veneno, te lleva la carrera de varias actrices (no hay ni una sola que no se deshaga en elogios hacia él), te hace un “periodismo”, se te mea vivo de risa en el cine entre espasmos, como te hace un pino en mitad de un photocall a altas horas de la madrugada, te lleva al Bingo, te comenta de cosas que no sabe con mucho conocimiento, te asiste a un sarao de altos vuelos codeándose con la flor y nata del rancio abolengo como si fuesen sus amigas del pueblo, te lleva a un bar Manolo, te monta un chillout casero con Burguer King y mucha Mahou, te comenta el último libro de Easton Ellis, se te interna en la selva con machete, top de leopardo y gafa de sol, te escribe en el blog de libertad digital, te terracea con amigas, cervezas y ojos doblaos o te cierra varios contratos. Lo más sorprendente es que no sólo hace todo eso (y mucho más) de manera admirable, con una ejecución exquisita (tal grado de exquisitez sólo se puede alcanzar de manera natural pero con mucho esfuerzo y con un puntito de inconsciencia). Lo más alucinante y refrescante (como público) es asistir a la falta de prejuicios, la coherencia y (redoble de tambor, por favor) la humanidad con la que lleva a cabo su existencia.

Algunos aún no le han perdonado ver cómo normalmente hace lo que le viene en gana, como lo siente, sin filtros ni ataduras, en estado puro. Allá ellos porque no saben lo que se pierden con su ansia de control y esa sombra de etiqueta enjuiciadora que lo único que hace es aumentar su ceguera y una envidia que engorda y da mal en fotos. Digo que ellos se lo pierden, porque es justamente eso, el juicio, la etiqueta, el rencor, lo que no permite que puedan disfrutar del espectáculo de fuegos artificiales que es Marito. Si se quitasen la venda podrían flipar como yo lo he hecho viéndole salir de situaciones comprometidas como si fuese Angelica Huston en “Los Muertos” o Sisi Emperatriz, con una realeza (urdida a pie de calle) de las que quitan el hipo. Y después preguntarme cómo ha sido capaz de hacerlo. Su cabeza, que funciona a otro ritmo. Su desparpajo, que no sólo es admirable, sino antológico.

Hoy en día hablar de Marito es hablar de su familia, las Nancys Rubias y las amigas, muchas y muy distintas. Asistí alucinado a la primera vez que se reunieron las Nancys, sin ningún tipo de ambición más que divertirse y divertirnos. Fue en Madrid, en uno de los legendarios “En Plan Travesti”. Allí estaba la Diosa, la Verdadera Nancy Rubia, a la que tanto debemos todos y a la que tanto se echa de menos, diariamente. Sigo imaginando que, allí donde esté, a veces, se pone la camiseta que un día le traje de Nueva York con todo mi cariño. Hay días en que recuerdo su voz, sus bromas (de una rapidez estratosférica e inigualable), su fragilidad, su valentía y sus abrazos bondadosos como si aún estuviese entre nosotros. Un besazo Susie, amor. Volví a verles en la presentación de su primer disco, “Nancys Rubias”, en la Morocco. Como siempre, una celebración por todo lo alto. Divertidísimos. Inaceptables. Tremendos. Vaquerizo aquel día se hizo con el escenario, como si hubiese llevado allí toda la vida, secundado por esas moléculas inestables, las cangrejas incontrolables que son Las Nancys, mucho más que un grupo maripunk: un desfile de marimutantes con tacón. Luego las ví cientos de veces más y una noche me dedicaron una canción desde el escenario (ante casi 9.000 personas) por mi cumpleaños. Por poco me da un paro cardiaco. Ese día decidí que yo iba a apostatar. Ese día decidí que alguien debería decirle a la Ministra Salgado (en aquel momento ni me acuerdo de quién llevaba la cartera de economía) que en el siguiente impreso del IRPF este que firma quería marcar con la X del 0.7% la casilla de la Nancyreligión, porque ya estaba cargaíto de tanto pecado y tanta culpa católica. Es mucho más divertido cuando tus curas (y monja) cantan en garitos llenos de humo y con una foto de Amanda Lepore en vez de un crucifijo o una camiseta de los Stooges en vez de un escapulario.

Entrar en el mundo de Marito y las Nancys es meterse en una cama redonda de raso fuxia y terciopelo negro (con cuadros de Mark Ryden y figuras de vírgenes de cabecero) y formar parte de una orgía psico-sideral con Fabio McNamara, las Chamorro, Diana Ross, Tracy Lords, la Waters, los Cramps, Motley Crue, Camela, David Delfín, Joe Alessandro, los Marlango, los Dictators, Betty Page, todos los travestis que han existido y los que están por llegar, Pamela Anderson, un trozo de la Manson, Tim Burton, los Ramones, Blondie, Isabel Sarli, Nena Daconte, Jeff Koons, Pedro Almodóvar, los Pet Shop Boys, Berlanga, Gary Glitter, Bibiana Fernández, Marujita Díaz, Andy Warhol, Pete Burns, Carmen de Mairena, Lisa Marie, Silvia Superstar, las hermanas de Puerto Hurraco, Tommy Lee, Elvis Presley, alguna flamenca, Paul Naschy, Toilet Boys, Iggy Pop, Sigue Sigue Sputnik, las Diabéticas Aceleradas, Lou Reed, Baby Jane, los Cabriolets, Merche y la Bowie, por encima de todos, la Bowie. Descarao.

Marito ha convertido Vicálvaro y el extrarradio en una fiesta del glamour. Ha hecho de la barriada española un Las Vegas rosado y excitante. Con su toque y su magia convierte el error en festival, la metedura de pata en arte conceptual, la intromisión y el arrojo en coronas brillantes de luz dorada. La autenticidad en la única piel posible. Es mucho atrevimiento para tanto corsé y etiqueta como nos gusta poner a menudo. Además Marito tiene la ingenuidad de un niño pequeño y un ojo traicionero y delatador que se le va de vez en cuando, para otro sitio, o se le pone en blanco, como desconectando de la realidad, viajando a un lugar personal y secreto donde la diversión y la familiaridad acampan a sus anchas. Por si fuera poco, Marito viene empaquetado de regalo: ha hecho del posado un arte. No hay nadie, ni Twiggy ni Bimba Bosé, que pose tan bien como él. Asistir a cualquiera de las sesiones de fotos de su troupe, caminar por la calle a su lado, es recibir por la jeta toda una masterclass de cómo ser delante de una lente o simplemente en la Gran Vía, que como todo el mundo sabe, no deja de ser otro plató.

Marito es un altar de Mayo al kitsch, a la motown, al Preleyismo, a las sesiones de pinchadiscos más divertidas y eclécticas y a cualquier cosa que brille y desentone. Como las urracas, tan incomprendidas y tan bellas, que acumulan tesoros (aviso que la casa de Mario en cualquier momento será declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad) y como las gitanas (tan maternales), Vaquerizo lo recoge todo. Porque Mario tiene mucho de matriarca gitana. No es que sea una ONG del desamparo (Santa Teresa sólo hubo una y nadie de los presentes, que yo sepa, se llama Vicente Ferrer) pero le he visto hacer cosas por los necesitados (el cariño y los sentimientos también son necesidades, más importantes a menudo que lo económico) de una generosidad, humildad y entrega apabullantes. Cualquiera de las personas cercanas a él, me cuento entre ellas, podemos dar fe de ello. Cuando él está cerca sabes que tienes alguien en quien contar, por descontado. Por eso digo que es una madre gitana, a veces incluso coraje, porque lo suyo ha sido formar una familia de descarriados sin ton ni son, una fauna colorida y colorante, con el único nexo de unión de su espontaneidad, cariño y tolerancia. Yo me cuento entre ellos. Cuando recibes un abrazo o una palabra de ánimo de su boca, te sientes especial. No hay manera humana de no derrumbarse agradecido.

Marito también tiene algo del “Robin Hood” de Errol Flynn en una versión chunga de medianoche, un pase golfo. No roba, que yo sepa. Rabazo no sé si es. Desde luego no toca el piano con el miembro, como se atribuye al actor. Pero sí comparte con ese personaje la ingenuidad de un ideal en contra de lo establecido, la libertad acérrima de pelear por lo que es y le gusta. Aunque si nos ponemos a hablar de cine, yo creo que Marito ha nacido para hacer el “Largo viaje hacia la noche”, pero no con morfina sino con mucho maquillaje y brillantina, o el “De repente, el último verano” pero no en silla de ruedas ni con plantas carnívoras, sino con mucha sombra de ojos y algún top con transparencia o estampado. Lo reconozco, también me pondría los pelos de punta y las piernas abiertas verle en un remake madrileño de “Grey Gardens” (acompañado de Juan Pedro, la Nancy Travesti o de Pepe Isbert con peluca) o directamente en el biopic de la Faraona. Es el único en España, además de Belén Esteban, con el suficiente coño y morro para hacerlo.

A mí lo que me jode es que haya nacido aquí (a él le da igual), porque como algunos otros, si Marito hubiese nacido en USA, sería una Superstar, a la par de la Manson y Pamela Anderson. Aquí ya se sabe, babeamos con todo lo que tenemos fuera, y cerramos oportunidades a lo de dentro. Deporte nacional, me temo. Va con el carnet del club, junto al jamón de bellota, los toros y la paella.

Marito es una glitter-pregunta. Antes que la palabra, existió la pregunta. Y la pregunta sólo se reconoce como tal porque va encorsetada (a lo Dita Von Teese) entre signos de interrogación. Después de todo, lo mejor en esta vida es no dejar de preguntarse nunca. Es la única manera de seguir creciendo: poniéndose en duda, cuestionándose. Y Marito no es un punto, ni siquiera seguido. Un punto es un rollo. Se acaba, no continúa, no evoluciona. Un punto es un parón. La pregunta mola más porque nunca termina. Por eso Marito es una pregunta tan necesaria. Una pregunta te lleva a una respuesta que puede terminar en puntos suspensivos y que te lleva a su vez a otra frase y así hasta el infinito. Una pregunta te obliga a tomar partido y no contestarla es en sí mismo toda una elección. Por eso a veces, para algunos, es tan incómoda. Por eso las preguntas crean adhesión o rechazo. Nadie ha dicho que posicionarse sea algo sencillo y que cuestionarlo todo sea agradable o seguro, todo lo contrario. Lo es mucho menos cuando es otro, como Marito hace sin saberlo, el que te obliga a decantarte, a responder, a cuestionarte. Sin embargo, es vital, estimulante, necesario. Es el primer paso para poder empezar a ser realmente libre.

Chapó por él: por Vaquerizo, un género en sí mismo.

 

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Fotografía: MARKUS RICO