Si Jack Lemmon fuese de Valladolid sería Jorge Calvo. Si Billy Wilder, Marco Ferreri o Rafael J. Alvia hubiesen nacido en Zamora estoy convencido de que tendríamos Jorge Calvo para rato y que Walter Matthau, Katia Loritz, Concha Velasco y Pepe Isbert estarían en paro. Si Fellini hubiese rodado en Talavera, habría sido Jorge Calvo quien se hubiese bañado en la fuente del pueblo con mucho escote (pelo sobresaliéndole de las tetas, por supuesto) y con cabra (esta versión de “La Dolce Vita” no tendría gatito). Mastroianni se hubiera enamorado de él al oírle entonar éxitos de Miguel de Molina mientras le veía bucear ya que Jorge no se hubiese contentado con mojarse la cabellera sino que hubiese dado brazadas a lo largo y ancho de la fuente a lo Esther Williams. Si Lady Gaga confesase que ella también lleva pantuflas de borrego cuando se cansa de ir de marciana (en algún momento se cansará, digo yo) sería Jorge Calvo. Si Enrique Vila-Matas fuese actor o cantante o travesti o performer o agitador cultural o no tuviese conciencia de sí mismo o simplemente fuera otro, también sería Jorge Calvo.
Si ser actor es mantener el polifacetismo a pleno ritmo, entonces Jorge Calvo es Marlon Brando.
Porque Jorge Calvo es uno de los mejores actores que tenemos entre nosotros, aunque todavía no os hayáis quedado con el nombre (lo repetiré a menudo en esta carta de amor para que resuene). Es lo que tiene ser un secreto a voces: aunque todo el mundo lo sabe, nadie lo dice. Eso es Jorge Calvo. Algo que se murmura y que va más allá del pop, de los sonetos, del kitsch, de las rancheras, de lo ye-ye, de la poesía cultivada, de lo lumpen, de lo punk, de las coplas, de los monólogos dramáticos y de lo político. Es una existencia reconocible que no se sabe muy bien de dónde llega o cómo se ha forjado. Como la emoción que te embarga al ver los brillos dorados de las antiguallas más horteras (y sabrosonas) en el rastro o los encantes. Como la valentía que se te mete bajo la piel al ver a alguien pelear por lo que quiere. Como la tranquilidad de estar en paz contigo mismo, incluso con los aspectos más ridículos y escondidos. Como la alegría de ser capaz de poner en palabras tus sueños ocultos, probablemente. De algo parecido a todo eso es de donde viene y de donde se nutre Jorge Calvo.
En ocasiones las motivaciones permanecen ocultas, incluso para uno mismo. Yo pensaba que escribía este texto por admiración incondicional hacia una persona que considero un artista con mayúsculas, casero, cutre, divertidísimo, julandrón, sobrio, sofisticado y con unas tablas como pocos. Un actor que lo clava (como se dice en la jerga profesional), haga lo que haga. No hace demasiado hablé con él por teléfono (estaba de ensayos, luego explicaré de cuáles) y en la conversación me recordó entre bromas, seriedades, anécdotas, chismorreos, recomendaciones, recetas de felicidad y preocupaciones artísticas, que teníamos un proyecto en “stand by” juntos y que ya era hora de ponerse, que lo llevábamos postergando demasiados años. ¿De qué me estás hablando Jorge? – le pregunté. Pues de nuestro proyecto, Javi – respondió él con la naturalidad de lo evidente (Jorge siempre usa ese tono de voz cercano y cariñoso que te recuerda a gente de tu pasado que te querían sin condición, cuando las cosas eran sencillas, ese tono ante el que es imposible responder nada que no sea algo que nace de lo mejor de uno mismo). ¿Qué proyecto Jorge? Pues el videoclip ese que vamos a hacer de la cantante de rojo, chico. Y ahí quedó todo. Porque luego me comenzó a relatar su calendario de ensayos (de los que agotan sólo de oírlo, se lo está currando) y algunos secretos de todo el tinglao que ha montado en Madrid: la fiesta “¡Qué maravilla!: una fiesta para señoras” que se hace un domingo de cada mes con afluencia de público de esos que quitan el hipo. Como los Oscars, pero en versión patria (por ahí, en dos ediciones que lleva, ha pasado todo el mundo), con mucho travestismo y altas de dosis de diversión romana, gitana, ochentera y burbujeante. Si sigue a este ritmo, pronto la declararán ilegal, como casi todo lo que mola de verdad. Es una cosa parecida a los Grammy (Mariah Carey en cuanto termine la promoción de “Precious” se pasará seguro), pero con flamenco y una loca de voz trasnochada y abusada llamada Omeoprazol que corre a cargo de su escudero Jose Martret (éste se merece un artículo para él solo) en la que no dudan en arrancarse por bulerías y taconeo con un remake de “Aire” de Mecano que pone los pelos de punta o en enfundarse un casco de soldador (con peluca y maquillaje) o en hacer un videoflyer con señoras (reales) en donde hacen una apología descarada de andar por casa del pastilleo junto a Börjk. Éste, Isaia´s, el conductor de la fiesta vestido de Díez y de ropa imposible, es sólo el último de la caterva de personajes que lleva en la mochila Jorge Calvo. Hay muchos más. Ya veréis.
Al sentarme a escribir estas líneas (horas más tarde de nuestra conversación telefónica) caí en la cuenta de que Jorge se había referido a una idea que tuvimos, hace años (y a saber tú en qué condiciones, era de noche, eso seguro), que él mantenía viva en su lista de quehaceres y que yo había olvidado por completo. Así que pensé, que además de por admiración hacia él, posiblemente, inconscientemente, sin yo saberlo, estaba escribiendo este texto por si alguien, con tanta desvergüenza como nosotros, encontraba la idea cachonda, se tiraba el rollo y nos financiaba el rodaje del remake del vídeo de Kate Bush (“Wuthering Heights”) en pleno campo segoviano. Con los dos vestidos de rojo, por supuesto. A nosotros (cuando lo concebimos) nos parecía algo que podría interesar a la Tate londinense, por ejemplo. Estábamos convencidos en aquel momento de que si Damien Hirst se había hecho millonario con tiburones en formol, Jorge y yo haciendo el zombie por la estepa en licra roja merecíamos al menos una esquinita del museo, aunque fuese la del váter.
Y es que con Jorge te ataca la sensación, a menudo, de poder con todo, siempre que él esté cerquita. Es su entusiasmo y vitalidad endógenos. Es imposible no contagiarse de sus ideas. Es el caradura en él. Es el jeta de barrio tímido y lanzado. Es el niño ingenuo e imaginativo que todo actor lleva dentro pero que con Jorge se convierte en una piel palpable, en su identidad más adulta.
Jorge “Micropunto” (como es conocido por muchos en Madrid, incluso Pedro Almodóvar le llama así) nació en las provincias y se trasladó a Madrid a buscar suerte en estos mundos. Actor por vocación, es de aquellos que sabe dónde está su oficio: en actuar. Esto, que parece una verdad de perogrullo, lamentablemente, no es tan común como se piensa. Así que es de agradecer encontrarse con actores que no se ven trasladados a realidades inexistentes construidas con humo. Jorge tiene los pies en la tierra y sabe cuál es su escenario. Quizás por eso, porque se dosifica y conoce su hábitat, resulta tan tremendamente intenso, vivo y real cuando actúa. El apodo cariñoso surgió una noche en la que, en compañía de tres amigas de la época, se fue a la sala Revolver a ver un concierto de Fangoria y el grupo de Toni Bass. Aquella noche le ofrecieron compartir un micropunto entre cuatro personas (sus tres amigas y él), a lo que accedió encantado. Todo el mundo en Madrid sabe que es de malísima educación no aceptar las drogas que te ofrecen de forma gratuita, a no ser que tengas un problema con los tóxicos. Jorge ni sabía lo que era un micropunto ni le interesaba lo más mínimo. Pero siempre fue una persona extremadamente educada, de esto doy fe, así que lo aceptó y se río tanto aquella noche que cuando Charly Arrepentido le propuso hacer cabaret junto a Antonia San Juan, él, después de decir que sí, le explicó que su nombre artístico sería Jorge Micropunto. Se formaba una leyenda.
Yo le conocí (hace muchísimos años) en la puerta de los cines Ideal agarrado a una Guía del Ocio. No sé si se acuerda. Yo no sé lo que lee aparte de la Guía del Ocio, de hecho no sé ni si sabe leer (estoy mintiendo como un bellaco, porque Jorge lee mucho pero era la única manera de que fluyese el párrafo), pero lo que es seguro es que sabe sonreír: aún recuerdo la sonrisa con la que me recibió a la puerta del cine sin conocerme de nada. Desde ese momento se forjó una amistad que ha durado lo que duran las buenas series: muchísimas temporadas. Y lo que queda. En este entremés de tiempo Jorge ha hecho de todo: películas como “La Caja 507”, “Los años desnudos”, “Cachorro” o “Nacidas para Sufrir”. Se ha subido a los escenarios teatrales de todo el país con adaptaciones de Macnally, Pirandello, Lope de Vega, Larry Shue o Francis Bever. Ha trabajado en televisión junto a Jaime de Armiñan, Adolfo Marsillac y muchos otros. Se ha sacado de la manga una unión imposible maravillosa del “Como yo te amo” de Rocío Jurado y la banda sonora de Twin Peaks que David Delfín utilizó en su desfile “Dual” de Cibeles (con la voz de Bimba) ante apoteósicos aplausos de la concurrencia. Que no ha parado ni un solo segundo, vamos. Ahora me doy cuenta de que tras muchos años y miles de funciones a sus espaldas, creo que nunca hemos comido juntos (vuelvo a mentir por licencia dramática: cené hace poco con él en “El rincón del artista” en pleno Paralelo, acompañados por la troupe de esa otra grande, La Terremoto, con quien Jorge ha compartido multitud de escenarios, entre ellos el de “Esta noche viene Pedro” junto a las míticas Diabéticas Aceleradas). Y es que Jorge, como todo buen soñador creativo tiene una troupe de amigos, una factoría de desdichados ilusionados, de payasos que carcajean y vuelan a lugares no comunes, colaboradores y cómplices: además de los ya mencionados están Vivian Caoba, los langostinos, el mundo bear, sus inseparables Juanjo Martínez, José Martret, Paco Tomás (estos dos últimos forman esa incoherencia divertidísima de los platos conocida como las “Mónica Randall´s Djs”), Toni Bass y un largo etc. Algunas de las cenas más desternillantes que yo recuerdo han sido junto a todos ellos. De mear y no echar gota. Lo que allí se dice y se escucha no es ya ocurrencia, ni rapidez cómica, es directamente terrorismo, violencia creativa gratuita y gratificante. Son verdaderos altares a la desfachatez más necesaria. Sobre todo si es en un lugar como “El rincón del artista”, plagado de testigos enmarcados tan momificados como la vergüenza de todos los presentes a la mesa.
Porque además, Jorge Calvo es el único actor que conozco que tiene cero apuro (lo de no tener vergüenza y actuar debería ir siempre unido, de-formación profesional, pero de nuevo no siempre ocurre así) de subirse en mitad del FIB (en la pasarela Mustang del 2008 para ser exactos) vestido con una malla de licra negra y chicha sobaquera y currarse un playback del Vogue de Madonna (acompañado de ilustres invitados) entre gritos de histeria colectiva. O cantarse el “What a feeling” de Flashdance en pleno cine en el Festival Internacional de Cine de Berlín (juro que esto es verídico, ha ocurrido este febrero). ¡Quién dijo miedo! Luego, con los años, la jeta y ese talento que se desborda por todos lados, y con la ayuda de su amigo del alma Juanjo Martínez, Jorge ha llegado a montarse su propio canal de youtube, el Micropunto Productions. Un consejo: si queréis saborear una tarde id cliqueando en todos y cada uno de sus enlaces. Soy consciente de que vamos todos a mucha hostia pero es que éstos vídeos no tienen desperdicio. Jorge, además de gran actor, es un cómico superdotado. Tan pronto te hace un playback de Mari Trini con su alterego Merche (vestido con la ropa que su madre se diseñaba inspirándose en patrones del “Burda”), como te comenta las últimas modas embutido en un poncho con la bandera americana y paseando por las aceras de Nueva York en los capítulos de “A la última con… Gemma Cunningham!” como se mofa de cualquier tipo de concepto de videoarte y artista (ya era hora de que alguien lo hiciera, por cierto) en la serie de “Mary-Jo Pelaez: retrato de una artista multimedia”.
Pero no os equivoquéis: lo que hace Jorge Calvo no es travestismo, o debería decir sólo travestismo. Jorge va muchísimo más allá. El no imita, él crea personajes. Jorge actúa, con todas las letras. Creaciones tan vivas que asistes a ellas con el reflejo de la mediocridad que se siente inevitablemente ante la presencia de la grandeza reconocible. Lo suyo es transvanguardia, la vanguardia se le ha quedado pequeña. Algunas veces asisto a sus arranques con la mandíbula desencajada y pienso que algo así debe sentirse cuando cae una bomba atómica, de las del nuevo milenio. El lo llama “violencia”. Yo lo llamo talento.
Me hubiese encantado ver a Jorge Calvo en una película de Berlanga porque están hechos el uno para el otro. Y en una de Scorsese, interpretando con el desparpajo, poderío e irreverencia humana que le caracteriza no sólo a los gangsters sino dándose la réplica a sí mismo en el papel de todas las madres italianas también. Y en los “Ojos Negros” de Mijalkov quitándole el papel a Marcelo. O verle haciendo “Las amistades peligrosas” con Paco Tomás, Pepa Charro y él mismo en varios papeles. Dirigidos por José Martret y un servidor, a cuatro manos. Valle Inclán se levantaría de la tumba ante semejante esperpento. Acabaríamos todos en la cárcel. Qué encierro tan apetecible.
Como los grandes de verdad, Jorge hace parecer sencillo y natural aquello que es complicadísimo, rutinario, mecánico y extenuante. Jorge, cuando actúa, hace lo mismo que los verdaderos iconos. Se libera de su vanidad (que, supongo, como todo hijo de vecina creativo que se precie, la tiene) y se convierte en lo que es: un instrumento perfectamente afinado emitiendo sonidos (y griterío) que descubren mundos no visitados hasta el momento.
Quedaros bien con el nombre: Jorge Calvo. Es una defensa secreta y susurrante con dos piernas (los pilares de la tierra) de aquella palabra manoseada llamada genialidad. No sé si llegaremos a hacer el remake del vídeo de Kate Bush, quizá para alguna de sus fiestas “¡Qué Maravilla!” de los domingos. A mí lo que me gustaría es, un día de lluvia torrencial, calzarme unas botas de goma con él e irnos a dar saltos por los charcos más profundos de la mano, como los niños que somos, empapándonos, perdidos en la ciudad que tanto le admira.
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Fotografía: MARKUS RICO